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jueves, 1 de marzo de 2018

TE QUIERO ABUELA


Relato de ficción.

La abuela siempre miraba por la ventana frotándose las manos.  La recuerdo con su mandilón y pañuelo negro en la cabeza. Era una mujer fuerte y trabajadora. Siempre habíamos vivido con ellos, mis padres y nosotras, en casa de los abuelos. Cuándo el abuelo murió, ella tomó el mando de todo como si lo hiciera de toda la vida. Salía de madrugada a llevar las vacas a pastar, después las ordeñaba y atendía al resto de los animales. Nos encantaba cuándo les daba de comer a las gallinas y las llamaba al grito de "pitassss pitassss" y ellas acudían como locas a buscar el maíz que les daba la abuela. El abuelo, unos años antes de ponerse enfermo, había construido con papá un establo muy grande para los animales y un granero donde las gallinas podían andar en libertad. Bueno, lo de la libertad...es un decir. Nosotras siempre las estábamos persiguiendo y corriendo detrás de ellas. Nos encantaba jugar con los animales, y aunque la abuela se enfadaba, nosotras ya sabíamos que no se enfadaba demasiado por las muecas que ponía. Mis padres, al principio los ayudaban mucho y entre los cuatro llevaban la granja y de eso vivíamos. Nosotras también teníamos nuestra tarea. Ir a recoger los huevos. Nos encantaba. Y eso que a veces nos reñían porque siempre nos caía alguno. Era una etapa feliz hasta que el abuelo murió y la abuela se hizo con toda la granja y papá y mamá decidieron emigran en busca de trabajo para poder darnos una vida mejor a todos. Incluida la abuela. Decían que allí no había futuro, e hicieron las maletas y se fueron, así podrían trabajar y nosotras hacerle compañía a la abuela y cuidarla si era necesario. Siguieron siendo unos años muy dulces y tiernos, pero a la vez muy duros. Los inviernos se hacían muy largos  y ya no teníamos al abuelo que cortara la leña. Lo hacíamos entre las tres como podíamos. Éramos como una piña, cada una de nosotras estaba siempre pendiente de la otra. Y la abuela era quién llevaba la batuta en las decisiones finales. Nos enseñaba a querernos y respetarnos, nos enseñó la alegría de vivir y la constancia en el trabajo, era nuestra hada madrina, nuestro referente, nuestro ejemplo a seguir.

 Trabajábamos mucho y muy duro, pero al igual que nosotras teníamos que comer, los animales también.  De cuándo en cuándo, llegaban cartas de nuestros padres.  A la misma hora, siempre mirábamos para el camino mi hermana y yo, siempre pendientes del silbido del cartero y su agitar la carta llamándonos con alegría. El recorría mucho camino para traernos la carta de papá y mamá. En cuánto lo oíamos salíamos corriendo y nos agarrábamos a él intentando cogerle la carta. La abuela lo obsequiaba con un vaso de leche recién ordeñada y le hacía un paquete siempre con un trozo de queso para que el camino se le hiciera más llevadero. Los veranos allí eran hermosos, el campo se ponía de un verde precioso y las flores comenzaban a brotar en distintos colores. La alegría comenzaba a reinar en la granja ya que con el buen tiempo teníamos que dejar la ardua tarea de cortar la leña, y teníamos más tiempo para jugar entre nosotras y las risas eran nuestras compañeras del largo día. La abuela siempre estaba contenta. Era una mujer fuerte y alegre a pesar de la vida que llevaba. Ella siempre decía que era feliz de poder estar con nosotras, eso le daba energía y alegría para encajar cada día. Era bondadosa y trabajadora. Igual que mi padre. Tenían un carácter similar. Ella se iba con las vacas de madrugada a que pastaran en los campos, y a la vuelta siempre nos llevaba a la cama un trozo de pan con mantequilla y un vaso de leche. Así era mi abuela. Nunca se cansaba de trabajar. Pero ella era feliz de esa forma. Los días grises y fríos del invierno, ella nos contaba historias y nos leía siempre el mismo libro, gastado y viejo, que ella guardaba con esmero, ya que había sido de su padre, y era donde ella aprendió a leer, La hija del mar, de Rosalía de Castro. Nosotras la escuchábamos con mucha atención, a pesar de sabernos casi el libro de memoria, nos seguía apasionando la historia de la protagonista, Teresa.
La abuela convertía las tardes invernales en momentos deseados, y los días conseguía transformarlos en campos de flores, donde habitan mariposas y hadas y nosotras éramos las princesas del cuento.


Fueron pasando los meses y los años, y un día aparecieron nuestros padres. Cuándo los vimos venir por el camino no nos lo podíamos creer. Era toda una sorpresa. No nos habían dicho nada y de pronto ahí estaban, subían por el camino de piedras. Mamá parecía una señora y papá todo un caballero. Corrimos las tres hacía ellos  La alegría nos desbordaba a todas y queríamos saber cómo era esa gran ciudad y como habían pasado estos años. Pasamos muchos días escuchando sus historias, emocionantes todas, risas y llantos se juntaban. Por fin estábamos de nuevo todos juntos. Pero...la cara de la abuela iba cambiando día a día. Era como si presintiera lo que iba a ocurrir. Papá y mamá habían venido para comenzar todos juntos, una nueva vida en la ciudad. Habían venido a buscarnos a las tres. Ellos ya tenían sus planes. La granja con los animales se vendería y nos iríamos todos a vivir a una casa grande, donde no tendríamos que pasar frío, ni madrugar en invierno para llevar las vacas a pastar. La vida sería más cómoda y por fin podrían darle a la abuela lo que se merecía después de tanto sacrificio. Una nueva vida. Pero las cosas no salieron como ellos tenían pensado. La abuela no quería irse de allí. Decía que ella allí era feliz, con sus animales, con sus cosas. Había vivido ahí siempre con el abuelo y con papá y después con todos nosotros. No conocía otra vida más que esa y no quería cambiarla por confort ni por ninguna ciudad. Mi abuela lo había sido todo para nosotras, nuestro sustento y nuestra alegría, nuestra madre y nuestro padre. Yo no me iría. Y eso mismo hice. Mis padres y mi hermana se fueron, pero yo me quedé con ella cuidándola y mimándola como ella había hecho con nosotras. Fueron años distintos y más relajados.  El cartero siempre venía con paquetes que nos mandaban mis padres. Había cosas que no cambiaban...  Ella nos había enseñado a leer y yo ahora pasaba las tardes leyéndole. Mis padres nos mandaban todos los meses paquetes con comida, libros y revistas. Pasábamos muchas horas leyendo y creo que la abuela fue muy feliz esos años en los que yo permanecí a su lado, envolviéndola con cariño y amor, devolviendo todo lo que ella había hecho por mi familia. La vida al fin y al cabo...es dar y devolver sin compromiso, sin obligaciones, es devolver con amor. Ella había convertido nuestros días en hermosas experiencias y yo convertía sus tardes, en amenas sesiones de lectura, donde ella era la protagonista de los libros, la heroína, la diosa, la princesa y la mujer más hermosa. Por las tardes ella era la protagonista del libro, al igual que ella había sido la actriz principal de nuestra vida.

Nadie puede hacer por los niños pequeños lo que hacen los abuelos. Los abuelos tienden a rociar polvo de estrellas sobre la vida de los niños pequeños.Alex Haley



7 comentarios:

  1. Muy interesante ...

    Saludos
    Mark de Zabaleta

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  2. ¡Qué maravilla de relato! Me has emocionado.

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  3. No todos tienen suerte con la familia que les toca.
    La ficción siempre es un refugio.

    Saludos,

    J.

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    Respuestas
    1. No creo que debamos refugiarnos en algo irreal. Nuestra realidad es nuestra vida, refugiarse en algo que no existe...nos haría perder la cordura. ¿No cree?.

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  4. estuvo muy bueno, gracias

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